miércoles, 4 de mayo de 2011

¿Qué hacer cuando me acosa y me persigue y tengo miedo de la oscuridad?*

El asunto de la violencia ya se escapa de nuestras manos y lo permitimos porque estamos signados por acciones y personas violentas. La violencia, que parece estar justificada cuando se trata de asuntos maritales, puede traer consecuencias fatales. “Mejor no te metas con eso porque son peleas de marido y mujer”. Aunque el marido le haya roto la boca a la mujer. Estos episodios son frecuentes en el país y muchas veces los niños perciben y también sienten el maltrato.

Debo reconocer que la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia de 2007 es un instrumento jurídico que le pondrá coto a los maltratadores y maltratadoras. Una agresión no es un golpe que deje un morado. Hay agresiones que hacen hematomas en el alma. El ataque no es sólo entre esposos también sucede en la etapa  del noviazgo.

La agresión también es verbal. Esa duele tanto como un puñetazo. “Estúpida, inútil, gorda, cachifa, imbécil”. Subestimar también es agresión “no sirves para nada”.  Y la violencia se manifiesta también cuando hay amenazas, acoso presencial, telefónico o electrónico. Y si no lo se pone coto a eso, seguramente vendrán cosas peores.

No sólo las mujeres sufren de violencia de género, es bien sabido –pero muy callado- que también los hombres son maltratados. Lamentablemente el asunto machista que está impregnado por estos predios, hace callar al hombre por pena o por evitar burlas.

Caso especial está la violencia en las escuelas y liceos. Ya las niñas no tienen reparos en caerse a golpes con otra por cualquier argumento. Los muchachos se enfrentan, cual bandas, a niños de otros colegios y si hay un celular que grabe todo el episodio, mejor. Podría ser la sensación de youtube.

Pero lo más triste es quienes a través de redes sociales publican imágenes de esta violencia o en radio o tv emiten chistes sobre los golpes que recibió una famosa animadora o los de la cantante Rihana. Cuando fomentamos esas cosas estamos siendo cómplices e irrespetuosos con las personas vejadas, golpeadas, humilladas.

Denuncia al agresor. No importa que tú  no seas la agredida. Con la muerte de la  joven que era esposa del boxeador quien también falleció, aprendí que todos podemos denunciar sin tener que ser nosotros los agredidos. Dejarlo pasar puede desencadenar una tragedia. No seamos cómplices…

*Canción “Hogar” de Pedro Guerra
Lorena Evelyn Arraíz
Periodista / Docente Universitaria

sábado, 12 de marzo de 2011

Se fue el cantor de Puerto Cabello

A Ítalo Pizzolante, Juan Carlos Vargas y al mar que royó el barco pero no nuestros corazones

Cuando estábamos niños en Puerto Cabello aprendimos el himno. No ese que reza “Gloria al bravo pueblo” sino el mejor poema de amor que le escribieron a nuestra ciudad: “Mi Puerto Cabello, pedacito de cielo que acarician las aguas, de estas playas caribe”. Porque si alguien amó a Puerto Cabello, ese fue Ítalo Pizzolante.

 Este hombre venido de su Italia natal llegó a nuestra ciudad y se enamoró del puerto con encajes de espuma.
Yo creo que fue amor a primera vista eso siempre se manifestaba en él. Compartir con Ítalo era un arte mayor no sólo porque con el piano nos regalaba sus canciones sino porque además su simpatía rayaba en el disfrute de quienes le conocimos y escuchamos.

Ítalo nos dejó un himno y un motivo que habla de una rosa pintada de azul pero además temas Como tú, Mi regalo, No me sigas mirando, Eternidad, te lo voy a decir cantando, Olvídate que me olvidas, Así maravillosa, entre otr0s, fueron el testimonio de la sensibilidad y creación de este cantautor.

Vivía frente al mar y allí descubrió que en nuestro “puerto viejo, puerto azul de leyendas, la luna es más linda en el mar”. La luna y el puerto. Ese era el Ítalo que se quedó en ese rincón de Venezuela y se negó a irse del lugar donde tuvo su mejor ingenio creador. En sus sentimientos hacia nuestro terruño Ítalo nos decía “te traje la luna llena de Puerto Cabello…”

El nos hizo entender que “son de acuarelas tus tardes en la plaza Flores” (y debe ser porque nosotros también, “un domingo, paseando, también tuvimos amores”).

Se fue el cantor del Puerto y no tuve tiempo de darle las gracias pero aún estando a 9 horas de mi Puerto Cabello siempre estuve amarrada con hilos invisibles, y de amor, a mis orígenes porque la canción Motivos –así como se llama mi casa- me hacía rememorar los primeros tiempos de mi vida.

Y en aquellos momentos de nostalgia por la casa, el malecón, el Fortín, los amigos, La Belisa y la playa recordaba aquella parte de la canción que para mí se convirtió en una de mis plegarias necesaria: “Puerto cabello, cuando lejos me encuentre de ti, di a tu brisa que traigan hasta mí sus canciones de mar…”

Lorena Evelyn Arráiz


martes, 9 de noviembre de 2010

Lore, no importa que digan que está trillado hablar de amor...

Querido diario:
El 10 de noviembre e 1990, ella nació con la cara redonda y los ojos muy abiertos. Yo decía que parecía una luna llena. Era como un juguete recién sacado de su caja: olía rico, de textura suavecita y provocaba cargarlo.
Debía llamarse Mónica Isabel pero mis dolores de parto que comenzaron – y se fomentaron- en 23 horas, hizo que el padre se aprovechara de mi cansancio y la renombró.

Con ella engordé 20 kilos y el doctor me dijo que me daría pre eclamsia y si no me cuidaba. De 37 que calzaba, usé zapato número 40. Mis tobillos estaban redondos tal cual mi barriga y así, en ese larguísimo día que trajo a mi prima hermana Mónica Belandria de visita, también nació Lorena, mi primera hija.

Lore bebé de 2 meses - Lore mamá 20 años

 “La piel de mi niña huele a caramelo”, así cantaba recordando una canción de Allí Primera. No olvido  que cuando tenía como cinco años, ella detestaba que yo le cantara “la niña Lorenita cuadro estaba chiquitica le decían pendejita, ahora que está grandota, le dice pendejota”. Era una total ofensa pero a mi me doblaba de la risa ante su reacción y, ella, en venganza se la cantaba a todo el que podía pero cambiándole el nombre.

Yo tenía 20 años y una niñita conmigo. Al principio no tenía cabello y el poco que le salió al tiempo  era hirsuto e indomable. Sus cachetes eran (y son) su característica superlativa y esos ojotes tan bien delineados que uno siente que entra a ellos.



Han transcurrido aproximadamente 7300 días desde que vivo con ella. Cada día siento que es mi conciencia y mi apoyo. A veces cuando la observo y no se da cuenta, detallo en ello los ademanes de Mónica Belandria Arráiz; la inteligencia de mi mamá, la viveza de su hermana Daniela y el corazón de todas las personas de alma buena que haya conocido.


Hoy Lole cumple 20 años y yo la honro como hija porque me ha hecho feliz. Me hace sentir orgullosa. Me quiere, me carga mono, me recuerda, me hace sentir que soy importante para ella y que nos necesitamos.



No sé cuál será el futuro de Lore pero de lo  que si estoy segura es que quien esté a su lado tendrá a una mujercita de buenos sentimientos y que disfrutará de un humor exquisito y lo hará pasar muy buenos momento.

No me siento vieja. Yo crecí con ella. Nosotras nos criamos juntas. Yo la tuve exactamente en la edad que hoy cumple. Ella me conoce mejor que nadie y aun así, me ama profundamente.



Yo también te amo, Lole.

Eres mi rabo de nube, mi unicornio, mi reparadora de sueños, mi guardiana de la suerte, mi tercer deseo y, como dice Filio, “no te cambio por un verso, una voz, una palabra, eres parte de este intento 
de estas manos, de esta causa…”


Gracias por ser mis brazos de sol…

Tu mamá

sábado, 6 de noviembre de 2010

Sobrevivir y morir en el hospital

A Lorena Bornacelly Arráiz
por su nobleza, por su alma pura 
y por tener un corazón que no alberga obscuros...


Nos avisaron que ella estaba en el hospital central de San Cristóbal y sabíamos que su hijo no estaba en el país. Salvo mi hija, una nieta con la que muy poco  convivió  y compartió con la abuela, era el único hilo de sangre que tenía la señora en esta ciudad.

Fuimos al hospital, sala de observación, camilla 7. Allí estaba una cobija cubriéndole la humanidad. No tenía ropa y no tenía conocimiento. Al no presentar un documento de identidad, la paciente anónima, para ese entonces, sólo había recibido un tratamiento simple: oxígeno y esas cosas que con mangueritas y agujas ingresan al cuerpo para actuar como medicamento.

“Ella está mal, tiene un coma diabético; hay que hacerle una tomografía y comprarle medicinas”-fueron las palabras de un residente quien nos explicaba el caso.

Ingresar al hospital es lo más parecido a una batalla pero sin armas. El portero, uno de esos quien nunca ha tenido poder en su vida,  siente que esa puerta es su trono absoluto. Grita, empuja y dice que no. Hay que lidiar, a veces adular y otras, entromparse.  Una “chapeada” y conseguimos los permisos correspondientes para no tener que pasar por ningunas de las opciones antes citadas pero esto es apenas, lo más simple que tiene el hospital.

Le hicieron tomografía, saltamos a la clínica a que hicieran exámenes de sangre y se compraron medicamentos. Ella estaba allí: blanca, pálida, esperando el consuelo y con una respiración tan fuerte que me hacía creer que ella aguantaría un poco más.

Había gente en camillas con sus nombres escritos en unos papeles que asimismo estaban pegados con tirro. En el estar de las enfermeras alguien dijo: no hay adhesivo. Antes un enfermero me preguntó “¿tiene aguja para sacarle la sangre a la abuelita?”.

                             Esto faltaba el 2 de nov de 2010 en sala de observación de mujeres

Entendí que ya no estaba en mi cápsula. Como periodista atiendes y entrevista y la gente cuenta. Vas al lugar pero la realidad está en tercera persona “ella necesita una medicina”. También la circunstancia de tener un esposo médico y una clínica privada a disposición me hicieron olvidar que el hospital es otro mundo donde nadie tiene nada pero todos están muy enfermos y sus condiciones –para ser medicados- son precarias.
Lloré. Ocultaba el llanto para que mi hija no se afectara aun más. Ella decidió quedarse y yo tuve pánico. Buscamos un banquito, un abrigo, agua, cargador de celular y algunos dulces para que ella pasara la noche allí.

Al día siguiente me contó que en la sala de observación, pero de hombres, alguien había robado  a un paciente. Me dijo además que muy temprano le dijeron ¿tienes agua para lavarle la boca a la paciente?
Llevamos más cosas: artículos de higiene, sábanas, almohadas, toallas, medicinas pero de ella no teníamos nada: no reaccionaba producto del coma diabético que, según creo, generó un ACV isquémico o como se escriba.

La llevaron a piso 3. Escuchaba a un doctor gritar “quién autorizó a que la señora subiese si apenas hay tres flujómetros y están ocupados”. Un enfermero dijo “este medio sirve”. Entonces nos advirtieron que como ese medio servía debíamos estar pendientes de si el oxígeno se fugaba y que podía afectar a la señora Marina.
Pasamos todo el tiempo posible, esa noche ninguna de las dos podía quedarse porque al día siguiente había trabajo y universidad. Mi hija estaba desmoralizada pero sabía que debía descansar para regresar al día siguiente.

                                               Panorámica del piso 3. "Pacientes" del HC

La paciente de la cama de al lado me contó que diariamente le aplicaban un medicamento que costaba 140 bsf. Que muchas veces, al no tener el dinero, suspendía el tratamiento. Tenía un problema hepático.

Una enfermera me gritó cuando le pedí ayudara cambiar la sábana que estaba sucia porque otra enfermera le dijo  a mi hija que debía alimentar a la señora Marina ella misma a través de una “sonda gaso-nástrica”. Mi hija, entre su inexperiencia y terror, botó un poco de ese caldo sin madre que debía darle a Marina y su colcha estaba mojada.

Esa noche recé. El médico nos había dicho que su condición no era buena. Que podía pasar lo peor y, de sobrevivir, ella quedaría sin poder comer o evacuar por su cuenta; que estaría postrada en una cama porque sus condiciones neurológicas estaban deterioradas.

Al día siguiente me fui  a dar clases y mi celular no dejaba de vibrar. Tenía muchas llamadas de mi hija. Supuse lo inevitable.

Fuimos a la morgue y entregamos su cédula. Estaba aturdida, no sabía qué hacer porque su único hijo estaba en Ecuador. Mientras alguien me decía que debía hacer cosas legales, alguien hablaba de funeraria y el médico, ah, el médico me dijo, al chasquido de sus dedos: “y apúrese porque falta un cuarto para las doce y voy a almorzar". No entendía ¿apurarme con qué? Me respondió “muévalo para que le firme los papeles porque me voy a almorzar”. Su tono era alzado y desgraciado. Supe entonces que ese doctor llamado Víctor Hugo tenía el corazón igual que a cada persona fallecida que debía atender en su deber como patólogo.  Me volteé y le dije “buen apetito, doctor”. Fue la más decente aproximación a “váyase para el carajo”.

Debo reconocer los buenos oficios y la atención del Dr. Justo Vega, Edwin Omaña y el residente de (creo) neurocirugía, el Dr. Wilson, quien es de Colombia.

Entonces hicimos las gestiones para cremación por orden del hijo que aun no pisaba tierra venezolana. En esos asuntos siempre hay gestores, personas que se encargan de hacer el papeleo horrible en un momento tan abrumador. Se llamaba Jhon y fue quien hizo todo el trabajo. La gente del crematorio de Santa Ana nos atendió con el respeto y la dignidad que debía dársele a esa mujer que esperaba por el resto de su familia para su despedida.

La ropa, los zapatos y la cruz. Los abrazos de consuelo y el conocer gente que no sabía que existía. La muerte de “mamá Marina” como muchas veces escuché nombrarla a su hijo, trajo a dos hombrecitos a la vida de mi hija, sus hermanos con los que compartió, de niña, apenas brevemente un espacio de su vida puesto que ellos viven en Colombia.

                                          Luís Alfredo, Lore y Jimmy Fernando

Pese a la pena fue bonito verlos re-conocerse, observar como interactuaban y descubrir  que los tres tienen los mismos ojos y la misma sonrisa.

La señora Marina entró  al lugar donde dejaría de ser cuerpo para convertirse en cenizas.

Recordé que la noche anterior le tomé de la mano y le dije a su oído: “nada te detiene, nada te amarra; tu hijo ya viene pero debes irte a descansar; te doy las gracias y te bendigo porque gracias a ti, yo tengo una hija maravillosa; es el momento de irte a los brazos de Dios para que te reconforte”. Recordé aquellas palabras de Silvio que tanto me llenan y se las cité “anda donde debas ir, anda que te espera el porvenir…”

Y que brille para ti la luz perpetua...

Lorena